sábado, 5 de marzo de 2011

La distancia infinita

Mi talante filosófico siempre ha sentido inclinación hacia los temas éticos. Desde que tengo uso de razón me ha preocupado ser buena, hacer las cosas como es debido, cumplir las normas que me parecen justas y luchar contra las que me parecen injustas... siempre he querido que el mundo sea mejor y muchas veces he empezado echándome un vistazo a mi misma.
Claro que no siempre he sido y actuado como debería. Más de una vez me he relajado moralmente hablando, he mirado para otro lado, me he hecho trampas a mi misma, me he portado mal...
Pero desde que soy madre apenas me perdono esas vacaciones morales que me daba; quiero hacerlo todo intachablemente bien. Se que para mis hijas soy ejemplar y quiero sentirme así también, ellas y yo somos espejos enfrentados y debemos devolvernos nuestras mejores imágenes. ¿Demasiada presión? ¿demasiada responsabilidad? Si, claro, pero no puede ser de otra manera.
Y no sólo éticamente, los padres somos imitables en todo y por lo tanto hemos de ser perfectos en todo para que nuestros hijos también lo sean.
¡Qué angustia! Nunca podré alcanzar la distancia infinita que separa la madre perfecta que tengo en la cabeza, que deseo ser y la madre real que soy, la que de vez en cuando se enfada, pierde los nervios, la que desfallece o tiene un mal día, la que se olvida de cosas importantes y le da importancia a otras que no la tienen...
Si de algo me ha servido estudiar filosofía es para tener el consuelo de saber que aún siendo la distancia entre lo ideal y lo real absolutamente insalvable, el esfuerzo que se hace para intentar acortarla no es vano y que ese trabajo de superación nos hace cada día un poco mejores.

2 comentarios:

  1. Yo creo que los hijos no quieren una madre perfecta, sólo quieren a su madre: su amor. Y, en eso, seguro que somos perfectas.
    Precisamente porque somos sus espejos, hay que bajar un poco el listón de exigencia personal, que buscar la perfección es muy peligroso, porque es imposible.
    Nadie puede ser perfecto. Lo perfecto es enseñarles que no aceptamos como somos, con nuestros aciertos, y con nuestros fallos. Todo es parte de nuestra persona, y de las madres que somos para nuestros hijos.

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  2. Tienes razón Blanca. Muchas veces una gran autoexigencia es un mayor fracaso. Tengo claro que la perfección no existe, ni para padres ni para hijos, pero me gusta pensar que si intentamos tender a la excelencia, por ese intento -incluyendo los errores, las dificultades, etc.- seremos un poco mejores...

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